Wednesday, September 20, 2006

FOCALIZACION EN EL PRESENTE: TECNICA, PRESCRIPCION E IDEAL

La focalización en el presente: Técnica, prescripción e ideal

Claudio Naranjo[1]

NOTA PREVENTIVA: LA DIGITALIZACION DE ESTE DOCUMENTO CITA SU FUENTE, EN TANTO ES UNA VERSION CON FINES EXCLUSIVAMENTE DIDACTICOS Y PRIVADOS SIN NINGUN FIN DE LUCRO.

De esa compleja entidad cultural de nuestro tiempo llamada ciencia, el psicoanálisis tomó para sí una altiva neutralidad axiológica. Al igual que aquella, se preciaba de no estar «influido» por los valores —un aspecto de lo que suele entenderse por «objetividad»—. No obstante, la valoración de la toma de distancia o ausencia de compromiso es en sí misma, después de todo, una orientación valorativa; teniendo en cuenta esto la objetividad de la ciencia entraña un intrínseco autoengaño. Como dijo Laing:

«Cabe sostener que uno no puede ser científico sin conservar su "objetividad". Una ciencia auténtica de la existencia personal debe tratar de ser lo menos tendenciosa posible. La física y las restantes ciencias que se ocupan de los objetos inanimados deben conferir a la ciencia de las personas el derecho a poseer una imparcialidad que sea válida para su propio campo de estudio. Si se afirma que para ser imparcial es menester ser "objetivo", en el sentido de despersonalizar a la persona que constituye el "objeto" de estudio, debe resistirse rigurosamente la tentación de caer en ello creyendo que de ese modo se es científico. En una teoría que pretende serlo de las personas, la despersonalización es tan falsa como la despersonalización esquizoide de los demás, y no deja de constituir, en última instancia, un acto intencional. Aunque se la practique, en nombre de la ciencia, esa cosificación da como resultado un falso "conocimiento". Es una falacia tan patética como la falsa personalización de los objetos» [1960, pág, 24].

Una indagación en el lenguaje, los temas y las proposiciones que aparecen en una publicación psicoanalítica corriente -—sobre todo si esa indagación se lleva a cabo con ojos de antropólogo— pone de manifiesto que el psicoanálisis lleva implícito un sustrato de valores representativos de una filosofía tácita. Sin embargo, una de las características de un sustrato de creencias de esa índole es ser informal y asegurar que no existe. Explícitamente, el psicoanálisis es una ciencia y su aplicación un arte; se trata de una teoría de la psique, y, en particular, de una teoría de las psiconeurosis.

En contraste con él, la terapia guestáltica poco puede agregar a la interpretación dinámica de los fenómenos psicopatológicos. Es una «terapia» más que una teoría, un arte más que un sistema psicológico; pero tiene, como el psicoanálisis, un sustrato filosófico. Más aún: se funda en una postura filosófica implícita que el terapeuta transmite al paciente o alumno a través de sus procedimientos sin necesidad de ulterior explicación. Además, quisiera añadir que la asimilación experiencial de esa Welstanschauung implícita es una clave oculta del proceso terapéu- (p.53) tico. Esto significa que así como una psicología determinada sirve de base a la terapia psicoanalítica, a la terapia guestáltica le sirve de base una determinada filosofía de la vida.

La transmisión de ciertas actitudes por medio de los instrumentos característicos de este enfoque es análoga al proceso por el cual un escultor crea formas con las herramientas propias de su arte. En ambos casos, el contenido trasciende los instrumentos, aun cuando estos fueron concebidos para expresarlo. Por desgracia, una de nuestras flaquezas humanas consiste en confiar en que las fórmulas y las técnicas lo harán todo en lugar de nosotros, tal como revela la historia de cualquier culto, donde la verdad se petrifica en formas rígidas.

Al decir que la filosofía de la terapia guestáltica está «implícita» no quiero significar que está, como en el psicoanálisis, encubierta. Está simplemente implícita, ya que el terapeuta guestaltista asigna mayor valor a la acción que a las palabras, a la experiencia que a los pensamientos, al viviente proceso de la interacción terapéutica y al cambio interno generado por él que a la posibilidad de influir en las creencias. La acción engendra o toca la sustancia. Las ¡deas pueden rondar en las cercanías de la realidad, ocultarla u ocupar el lugar de ella. De modo que nada puede haber más ajeno al estilo de la terapia guestáltica que la predicación, pese a lo cual entraña cierto tipo de predicación, carente de preceptos o formulación de las creencias, de la misma manera que un artista predica su cosmovisión y su orientación con respecto a la vida a través de su estilo.

Una moralidad que está más allá del Bien y del Mal

Los términos «bueno» y «malo» son sospechosos para el terapeuta guestaltista, acostumbrado a percibir la mayoría de los consejos que unos hombres dan a otros como sutiles manipulaciones, la discusión de problemas morales como autojustificación y racionalización de necesidades, y las aseveraciones acerca de lo digno y de lo indigno como generalizaciones exageradas y proyecciones de la experiencia personal al ambiente —todo ello hecho con el fin de eludir la responsabilidad que tiene el sujeto por sus sentimientos y reacciones—. Perls sostuvo:

«Bueno y malo son respuestas del organismo. Solemos decir "Me vuelves loco", "Me haces sentir feliz"; es mucho menos frecuente que digamos "Me haces sentir bien", "Me haces sentir mal"; pero entre la gente primitiva tales expresiones son muy habituales. También decimos "Me siento bien", "Me siento espantosamente mal", sin tomar en cuenta el estímulo; lo que en verdad ocurre es que un alumno interesado en el tema hace sentir bien a su maestro, que un niño obediente hace sentir bien a sus padres. El púgil triunfante hace sentir bien a su admirador, como el amante diestro a su amada. Igual sucede con un libro o un cuadro que satisface nuestros gustos estéticos, y viceversa: si la gente o los objetos no consiguen satisfacer nuestras necesidades y producirnos satisfacción, nos sentimos mal con respecto a ellos. (…)
»A continuación, en lugar de adueñarse de nuestras experiencias como propias, las proyectamos y atribuimos al estímulo la responsabilidad (p. 54) por nuestras propias respuestas. (Esto puede obedecer a que tenemos miedo de nuestro excitamiento [excitement], a que lo sentimos insuficiente, a que queremos eludir la responsabilidad, etc.) Decimos entonces que el alumno, el niño, el púgil, el amante, el libro o el cuadro "son" buenos o malos. En el preciso momento en que rotulamos al estímulo de bueno o malo, apartamos lo bueno y lo malo de nuestra experiencia personal. Se convierten en abstracciones, y, consecuentemente, los objetos-estímulos son relegados al olvido. Esto no deja de acarrear consecuencias. Una vez que hemos aislado el pensamiento del sentimiento, el discernimiento de la intuición, la moralidad de la conciencia de sí, la intencionalidad de la espontaneidad, lo verbal de lo no verbal, perdemos el Sí-mismo, la esencia de la existencia, y nos transformamos en frígidos robots humanos o en neuróticos confundidos» [1953, 1954].

A pesar de estos puntos de vista sobre lo bueno y lo malo, abundan en terapia guestáltica los preceptos acerca de la conveniencia de ciertas actitudes con respecto a la vida y la experiencia. Se trata de preceptos morales, en el sentido de que se refieren al logro de una vida mejor. En el lenguaje corriente, la noción de moralidad ha llegado a designar la preocupación por vivir según apatrones extrínsecos al hombre, pero es posible que todas las grandes cuestiones morales hayan tenido su origen en una ética humanística en la que el bien y el mal no estaban divorciados de la condición humana. Así, en el judaismo —esa religión eminentemente legalista—, el concepto de la rectitud indicó en otros tiempos el estado de quien se encontraba en armonía con la ley o la voluntad de Dios, estado que puede considerarse análogo al «vivir en Tao» al que aluden los chinos no teístas —seguir el propio Camino—. Parecería, pues, que aquello que se juzga correcto, justo, adecuado o bueno en una concepción viva de la vida, una vez que es expresado en leyes se vuelve contra el hombre y lo esclaviza, arrogándose una autoridad superior a la suya.

Si quisiéramos enumerar los preceptos morales implícitos de la terapia guestáltica, la nómina sería más o menos larga según el nivel de generalidad o particularidad de nuestro análisis. Sin pretensiones de ser sistemático ni exhaustivo, mencionaré algunos de ellos, que quizá transmitan una idea general acerca del estilo de vida que implican:

1. Vive ahora. Preocúpate del presente antes que del pasado o del futuro.
2. Vive aquí. Ocúpate de lo que está presente antes que de lo que está ausente.
3. Deja de imaginar cosas. Experimenta lo real.
4. Deja de pensar cosas innecesarias. En lugar de ello, gusta y mira.
5. Expresa en vez de manipular, explicar, justificar o juzgar.
6. Entrégate a la desazón y al dolor de la misma manera que te entregas al placer. No limites tu conciencia.
7. No aceptes otros debes ni deberías que los que tú te impongas. No adores ídolo alguno.
8. Asume plena responsabilidad por tus acciones, sentimientos y pensamientos.
9. Acepta ser como eres. (P.55)

La paradoja de que tales preceptos puedan formar parte de una filosofía moral que recomienda justamente hacer a un lado los preceptos se resuelve sí los consideramos como formulaciones de verdades antes que de obligaciones. La responsabilidad, por ejemplo, no es un debe, sino un hecho ineluctable: somos de hecho los actores responsables de todas nuestras acciones. No tenemos otra alternativa que admitir tal responsabilidad o negarla. Todo lo que afirma la terapia guestáltica es que la aceptación de la verdad (que supone un «no deshacer» antes que un hacer) nos coloca en mejor situación: que la toma de conciencia cura. Nos cura, por supuesto, de nuestras mentiras.

Creo que los preceptos específicos de la terapia guestáltica pueden subsumirse, a su vez, en principios más generales; propongo los tres siguientes:

1. Valoración de la actualidad: lo temporal (el presente versus el pasado o el futuro), lo espacial (lo presente versus lo ausente) y lo material (el acto versus el símbolo).
2. Valoración de la conciencia y aceptación de la experiencia.
3. Valoración de la integridad, o responsabilidad.

Ninguna de estas tres amplias recetas vítales de la terapia guestáltica se opone en forma directa a las filosofías universales de las que tengo noticia, si bien el énfasis en la responsabilidad personal es contrario a la veta autoritaria presente en la mayoría de las religiones de masas. Pero la orientación valorativa de la terapia guestáltica es contraría a la filosofía de vida implícita de mucha gente —filosofía que concuerda con conocidos conceptos culturales—. Así, en el tradicionalismo, con su hincapié en la subordinación de las acciones presentes al pasado —ya sea en la forma de los antecesores muertos, de la herencia cultural o de la opinión de los ancianos—, encontramos lo opuesto de la valoración de la actualidad, como también en la orientación hacia el futuro de las sociedades tecnológicas del tipo de Estados Unidos. Kluckhohn [1959] ha sugerido que la orientación temporal es un elemento básico para comprender los valores de una cultura.

Opuesta a la valoración de la conciencia y la experiencia es la característica corriente que los autores de La personalidad autoritaria [1950] denominan anti-intracepción, y que a su juicio es típica de la mentalidad fascista. Se trata de la oposición, desagrado y rechazo respecto de la tendencia a preocuparse por lo que llamamos «vida interior» de uno mismo o de los demás. Los individuos con esa característica suscribirían, verbigracia, una afirmación como esta: «Cuando una persona tiene un problema o preocupación, lo mejor que puede hacer es no pensar en ello y entretenerse con cosas más alegres».

El principio de la responsabilidad encuentra, asimismo, más apoyo que rechazo en el mundo de la filosofía, pero contradice la suposición predominante de una autoridad divina exterior al individuo —colocada en los reyes, sacerdotes, progenitores o científicos— y responsable de la elección del modo de proceder o de la orientación de aquel. Contradice también la habitual percepción de nosotros mismos como juguetes indefensos del azar y de las circunstancias, en lugar de creadores de nuestro destino. (p.56)

En las páginas que .siguen examinaré en detalle uno de los aspectos de la actualidad, que a su vez representa un aspecto de la filosofía de vida de la terapia guestáltica. Al elegir el vivir-en-el-momento como tema, no quiero sugerir que este sea más importante que los problemas de la conciencia o de la responsabilidad, sino solo limitar este artículo a la materia que me siento más inclinado a tratar en este instante. Pienso, por lo demás, que sea cual fuere el punto de partida el contenido resultará más o menos similar, ya que los tres problemas son distintos solo en apariencia. Un examen atento revelará, por ejemplo, que la cuestión de la actualidad no se vincula únicamente con la valoración del tiempo y la localización presentes sino también de la realidad concreta, del percibir y sentir en lugar de pensar e imaginar; y está conectada, asimismo, con la conciencia y la autodeterminación. Más concretamente, espero que las páginas siguientes demuestren que la disposición a vivir en el momento actual es inseparable de la apertura a la experiencia, de la confianza en los procesos de la realidad, de la discriminación entre realidad y fantasía, de la renuncia al control y la aceptación de la frustración potencial, de una concepción hedonista y de la conciencia de la muerte futura. Todas estas son facetas de una experiencia única de estar-en-el-mundo, y el hecho de que hayamos elegido contemplar esa experiencia desde la perspectiva de la focalización en el presente, en vez de hacerlo desde otros atalayas conceptuales, es fruto de una opción arbitraria.


La focalización en el presente como técnica

Sí bien la fórmula hic et nunc aparece repetidamente en la literatura escolástica, la relación del aquí y ahora con la psicoterapia contemporánea ha sido el resultado de una evolución gradual.

El psicoanálisis comenzó siendo un enfoque orientado hacia el pasado. El descubrimiento de la asociación libre por parte de Freud tuvo su origen en sus experiencias con la hipnosis, y sus primeras investigaciones con ese método tuvieron el carácter de una tentativa de prescindir del estado de trance extrayendo, empero, claves análogas para la comprensión del pasado del enfermo. En esa época, Freud solía plantear una pregunta al paciente y solicitarle que le comunicara el primer pensamiento que le viniera a la mente cuando él apoyaba la mano sobre su frente. A medida que fue adquiriendo experiencia, comprobó que podía omitir el roce de la frente y aun la pregunta, y considerar cada expresión verbal del sujeto como una asociación con la precedente en el flujo espontáneo de pensamientos, recuerdos y fantasías. A la sazón, todo ello no era para él más que la materia prima de un intento de interpretación, siendo las asociaciones más preciadas las que se vinculaban con la infancia del paciente. Su hipótesis consistía, pues, en que sólo comprendiendo el pasado podía el paciente ser liberado de él en el presente.

El primer paso que dio el psicoanálisis hacia una mayor preocupación por el presente tuvo su origen en la «transferencia» observada por Freud. En la medida en que los sentimientos del paciente hacia el ana- (p.57) lista se concebían como la réplica de sus sentimientos más antiguos hacia sus progenitores o hermanos, la comprensión de la relación terapéutica se volvió de inmediato significativa para entender el problema del pasado del enfermo, que seguía siendo el fundamental.

Al principio, el análisis de la transferencia continuó estando al servicio de la interpretación retrospectiva, pero cabe suponer que poco a poco comenzó a valorárselo por sí mismo, ya que el próximo paso fue un gradual desplazamiento del énfasis del pasado al presente, no solo con respecto al material examinado sino como meta misma de la comprensión. De manera que, aun cuando en los primeros tiempos el análisis del presente no era sino un instrumento o un medio para la interpretación del pasado, en la actualidad muchos conciben el análisis de los acontecimientos de la infancia como un medio para la comprensión de la dinámica presente.

Múltiples han sido las líneas de desarrollo. Melanie Klein, por ejemplo, conserva un lenguaje interpretativo basado en supuestos relativos a la experiencia de la niñez temprana, pero en la práctica su escuela tiende a centrarse, en forma casi exclusiva, en la comprensión de la relación transferencial. Bion hizo extensivo a la situación grupal un énfasis semejante en el presente.

El desplazamiento hacia el presente de Wilhelm Reich fue fruto del desplazamiento de su interés de las palabras a las acciones; en su análisis del carácter, el objetivo pasó a ser entender la forma de expresión del paciente más que el contenido de su lenguaje. Para ello, no hay mejor procedimiento que observar su conducta en una situación actual. Un tercer aporte a la valoración del presente en el proceso terapéutico provino de Karen Horney y llegó a los fundamentos mismos de la interpretación de las neurosis. Según su punto de vista, las perturbaciones emocionales generadas en el pasado son mantenidas ahora por medio de una falsa identidad. El neurótico vendió antaño su alma al demonio a cambio de una imagen reluciente de sí mismo, y sigue prefiriendo respetar ese pacto. Si el sujeto consigue entender de qué manera cava la tumba a su verdadera identidad en el presente, puede ser liberado. El creciente énfasis en la orientación hacia el presente de la psicoterapia contemporánea reconoce la influencia de otras dos fuentes, además del psicoanálisis: los grupos de encuentro, cuya difusión es cada vez mayor, y las disciplinas espirituales de Oriente, de las cuales el Zen, en particular, ha contribuido a otorgar a la terapia guestáltica su fisonomía actual.

En el repertorio de técnicas de la terapia guestáltica, la focalización en el presente se refleja por lo menos de dos maneras. En primer lugar, la solicitud expresa formulada al paciente para que preste atención a todo aquello que ingresa a su campo de conciencia actual y lo manifieste; en la mayoría de los casos, esto se agrega el pedido de que suspenda sus razonamientos, en favor de la autoobservación pura. En segundo lugar, la presentificación del pasado o del futuro (o de la fantasía en general), que puede adoptar el carácter de un intento introspectivo por identificarse con los hechos del pasado o revivirlos, ó bien, más a menudo, tomar la forma de una repetición dramática de las escenas del pasado, donde a las expresiones verbales se suma la participación gestural y postural —como ocurre en el psicodrama. (p.58)

Ambas técnicas tienen antecedentes en disciplinas espirituales de más antigua data que la psicoterapia —dada su importancia, no podría ser de otro modo—. Encontramos la presentificación en la historia del arte dramático, de la magia y de los rituales, así como en la representación de los sueños por parte de los pueblos primitivos. Permanecer en el presente constituye la piedra angular de ciertas formas de meditación. No obstante, tanto la presentificación cuando la permanencia en el presente adoptan en terapia guestáltica una forma y un uso particulares, que exigen un examen más detenido. En lo que sigue me limitaré al enfoque denominado el ejercicio del continuo de conciencia. Vista su semejanza con una meditación traducida en palabras, y dado que su papel en terapia guestáltica es comparable al que cumple la asociación libre en psicoanálisis, me ocuparé de él principalmente en términos comparativos.


Terapia guestáltica y meditación

La práctica de prestar atención a la experiencia presente ha tenido cabida en varias tradiciones de disciplina espiritual. En el budismo, es corolario de la Recta Vigilancia, uno de los caminos de la «Noble Senda Octuple». Un aspecto de la Recta Vigilancia es el ejercicio de la «Atención Pura»: *

«La Atención Pura se ocupa únicamente del presente. Ella enseña lo que muchos han olvidado: vivir con plena conciencia en el Aquí y Ahora. Nos enseña a enfrentar el presente sin tratar de escapar hacia los pensamientos acerca del pasado o del futuro. Para la conciencia media, el pasado y el futuro no son objetos de observación sino de reflexión; y en la vida corriente rara vez se los toma como objetos de una reflexión verdaderamente sensata, sino casi siempre como objetos de ensoñaciones y vanas imaginaciones, que son los principales enemigos del Cuidado Justo, la Comprensión Justa y la Acción Justa por igual. La Atención Pura, firmemente plantada en su puesto de observación, vigila desligada y en calma la marcha incesante del tiempo; espera tranquila que las cosas futuras aparezcan ante sus ojos, convirtiéndose así en objetos presentes que luego se esfuman otra vez en el pasado. ¡Cuánta energía se ha desperdiciado en pensamientos inservibles acerca del pasado, en un ocioso anhelar porque vuelvan los tiempos idos, en vanos arrepentimientos, y en la inacabable y fútil repetición mental o verbal de todas las trivialidades de otros días! Igualmente fútiles son gran parte de los pensamientos consagrados al futuro: vanas esperanzas, planes fantásticos y sueños vacíos, temores infundados y (p. 59) preocupaciones inútiles. Todo esto, repitámoslo, origina pesares y desencantos evitables, que la Atención Pura puede eliminar» [Nyaponika Thera, 1962, pág. 41].

El pasado y el futuro no constituyen «objetos puros» por ser de la índole de lo imaginario; también debe evitárselos porque permanecer en ellos implica una pérdida de libertad; la ilusión nos tiende una trampa con su recurrencia. Como dice Nyaponika Thera:

«El Cuidado Justo recobra para el hombre la perla perdida de su libertad, arrebatándola de las fauces del dragón del Tiempo. El Cuidado Justo libera al hombre de los grilletes del pasado, que él tontamente pretende incluso reforzar, dirigiendo hacia aquel con demasiada frecuencia sus ojos anhelantes, apesadumbrados o resentidos. El Cuidado Justo impide que el hombre se encadene aun ahora, merced a sus temores y esperanzas imaginarios, a los hechos futuros previstos. El Cuidado Justo devuelve al hombre así una libertad que solo ha de encontrarse en el presente» [1962, pág. 41].

Con respecto a la concepción expresada en esta cita, la práctica más importante es esa forma de meditación que los chinos denominan we-hsin (ausencia de ideas), que consiste, según Watts, en la capacidad del individuo para conservar su estado de conciencia normal y cotidiano y al mismo tiempo desasirse de él:

«Vale decir que uno comienza a tener una concepción objetiva de la corriente de pensamientos, impresiones, sentimientos y experiencias que fluyen de continuo por la mente. En lugar de tratar de controlarla e interferir en ella, se la deja simplemente fluir a su arbitrio. Ahora bien: mientras que la conciencia por lo regular se deja arrastrar por ese flujo, en este caso lo importante es observar el flujo sin ser arrastrado (...) simplemente uno acepta las experiencias tal como vienen sin interferir en ellas, por una parte, o identificarse con ellas, por la otra. No las juzga, ni formula teorías sobre ellas, ni intenta controlarlas o modificar de algún modo su naturaleza; les da la libertad de que sean exactamente lo que son. "El hombre perfecto —decía Chuang-tsé— emplea su mente como un espejo: nada toma, nada rechaza, acoge pero no guarda". Esto debe distinguirse claramente de la mera vaciedad mental, por un lado, y por el otro de las divagaciones mentales corrientes en las que no rige ninguna disciplina» [1950, pág. 176].

En el marco de la terapia guestáltica, la práctica de atender al presente se asemeja mucho a una meditación verbalizada. Es, además, una meditación llevada a cabo en la situación interpersonal como un acto de develación de sí mismo, lo cual permite que el terapeuta controle el ejercicio —algo que puede ser indispensable para los inexpertos—, agregando quizás, asimismo, significación a los contenidos de la toma de conciencia.

Considero indudable que la búsqueda de las palabras y el acto de comunicarlas pueden interferir en ciertos estados mentales; no obstante, el acto de expresión también añade conciencia al ejercicio, más allá de (p.60) ser un mero medio de información para la intervención del terapeuta. Entre las ventajas de la conciencia comunicada sobre la meditación silenciosa se cuentan, como mínimo, las siguientes:

1. El acto de expresión constituye un desafío para la intensidad de la toma de conciencia. Decir que sabemos algo pero que no podemos ponerlo en palabras no es totalmente cierto. Por supuesto, las palabras no son más que palabras y nunca podremos poner nada en ellas, pero, dentro de ciertos límites, la claridad de la percepción va de la mano con la capacidad de expresión: un artista es un maestro en la toma de conciencia antes que un hábil creador de modelos. Y en arte, al igual que en psicoterapia, la tarea de comunicar algo supone que hay que observarlo realmente en vez de imaginar que se lo observa.

2. La presencia de un testigo promueve por lo general una intensificación de la atención y a la vez de la significación de lo observado. Creo también que cuanto mayor grado de conciencia posea un observador, más se agudiza nuestra propia atención por su mera presencia, como si la conciencia fuera contagiosa, o como si una persona no pudiera pasar fácilmente por alto lo que expone a la mirada de otra.

3. En un marco interpersonal, los contenidos de conciencia tenderán a ser naturalmente los de la relación interpersonal, mientras que en el campo de conciencia del meditante solitario centrado en el aquí y ahora faltarán sistemáticamente tales contenidos. Puesto que en las afecciones psicopatológicas las que están perturbadas son las pautas de relación y la imagen que tiene el sujeto de sí mismo en el proceso de relación, este es uno de los factores decisivos que hacen del ejercicio del aquí y ahora una forma de terapia cuando se lo practica en el marco Yo-Tú.

4. La situación interpersonal vuelve más dificultosa la focalización en el presente, ya que provoca proyecciones, evitaciones y autoengaños en general. Por ejemplo, lo que para el meditante solitario puede ser una serie de observaciones acerca de estados físicos, en el contexto de la comunicación puede plasmarse en un sentimiento de ansiedad sobre el eventual aburrimiento del terapeuta, o en la hipótesis de que tales observaciones son triviales o revelan la esencial improductividad del paciente. Sacar a luz tales sentimientos y fantasías es importante.

a. Si la focalización en el presente es un modo de vida aconsejable, habitualmente perturbado por las vicisitudes de las relaciones interpersonales, el desafío que implica el contacto con los demás representa la situación formativa ideal. Quisiera sugerir la idea de que la práctica de vivir en el presente es un verdadero ejercicio y, no una mera ocasión para la autocomprensión. Del mismo modo que la terapia de la conducta, se trata de un proceso de desensibiíización, en el curso del cual el individuo se libera del condicionamiento básico para evitar la experiencia, y aprende que no hay nada que temer.

b. Vinculado con lo anterior está el hecho de que precisamente al tomar conciencia de las dificultades de la focalización en el presente puede darse el primer paso para superarlas. La experiencia del carácter compulsivo de las cavilaciones o proyectos sobre el futuro puede llegar a ser inseparable de la apreciación de la posibilidad alternativa y de una cabal comprensión de la diferencia entre tales estados mentales y la focalización en el presente. (p. 61)

5. El marco terapéutico permite controlar el proceso de autoobservación y restituir al individuo al presente cuando se ha distraído de él (vale decir, de sí mismo). Hay dos modos principales de hacerlo. El más sencillo (aparte de recordarle simplemente cuál es su tarea) es señalarle las cosas que hace impensadamente, dirigiendo su atención a aquellos aspectos de su conducta que parecen constituir pautas automáticas de respuesta o contradecir sus actos intencionales. Bastará con servirle de espejo para que pase a primer plano la relación que mantiene consigo mismo, y con sus acciones en general:

P (paciente): No sé qué decir en este momento. . .
T {terapeuta}: Advierto que desvías la mirada de mí.
P: (Risa ahogada.)
T: Y ahora te cubres el rostro.
P: ¡Tú me haces sentir tan incómodo!
T: Ahora te cubres el rostro con ambas manos.
P: ¡Basta! ¡Esto es insoportable!
T: ¿Qué sientes ahora?
P: ¡Me siento tan molesto! ¡No me mires!
T: Por favor, trata de permanecer con esa sensación de molestia.
P: ¡Toda mi vida la he sentido! ¡Siento vergüenza por todo lo que hago! ¡Es como si pensara que ni siquiera tengo derecho a vivir!

Además de este proceso, que consiste en reflejar simplemente la conducta del paciente, otro método es el de considerar como claves de las dificultades del paciente (o más bien, corno muestras vivientes de ella) aquellas ocasiones en que no se logra la focalización en el presente, del mismo modo que en psicoanálisis la interpretación apunta a aquello que no permite asociar libremente. En terapia guestáltica, el lugar de la interpretación lo ocupa la explicitación: la solicitud, de que el propio paciente haga consciente y exprese la experiencia que esta en la base de su conducta de evitación del presente. Uno de los supuestos de esta terapia es que la focalización en el presente es un hecho natural: en el fondo, lo que más ansiamos es vivir el momento, y por ende las desviaciones con respecto al presente tienen el carácter de una evitación o de un sacrificio compulsivo, más que el de alternativas aleatorias. Aun cuando este supuesto no fuera válido para la comunicación humana en general, en terapia guestáltica adquiere validez por la petición formulada al individuo de que se mantenga en el presente. Dentro de una estructura tal, las desviaciones deben interpretarse como fallas, como sabotajes de la tentativa o como una muestra de desconfianza en el método, en el psicoterapeuta o en ambos.

En la práctica, por consiguiente, el terapeuta no solo adiestrará al paciente para que preste constante atención a su experiencia actual sino que lo estimulará a tomar conciencia y expresar su experiencia cuando esté por fracasar en la tarea. Esto equivale a detenerse con vistas a llenar los baches de conciencia:

P: Siento cómo me late el corazón, me están sudando las manos. Estoy aterrado. Recuerdo la última oportunidad en que trabajamos juntos y. .. (p.62)
T; ¿Qué es lo que quieres decirme con esa vuelta a la semana pasada?
P: Tenía miedo de darme a conocer, y luego volví a sentirme aliviado, pero creo que no te conté lo que debía contarte.
T: ¿Por qué quieres contármelo ahora?
P: Quisiera enfrentar este temor y sacar a luz todo aquello que estoy eludiendo.
T: Bien. Eso es lo que deseas ahora. Continúa con tus experiencias de este momento, por favor.
P: Me gustaría hacer un paréntesis para decirte que esta semana me he sentido mucho mejor.
T: ¿Podrías contarme algo de tu experiencia mientras haces ese paréntesis?
P: Me siento agradecido contigo, y quiero que lo sepas.
T: Capto el mensaje. Ahora, compara por favor estos dos enunciados: «Me siento agradecido» y el informe acerca del bienestar que sentiste esta semana. ¿Puedes decirme qué es lo que, a tu juicio, te hace preferir contarme esto a formular directamente lo que sientes?
P: Si dijera «Me siento agradecido contigo», sentiría que aún debo explicarte. . . ¡Ah, ya sé! Hablar de mi gratitud me parece demasiado directo. Me siento más cómodo si dejo que tú adivines, o bien simplemente haciendo que te sientas contento sin darte a conocer mis sentimientos.

En este caso particular, vemos que el paciente ha evitado asumir y expresar la responsabilidad por su sentimiento de gratitud (a causa de su ambivalencia, según se puso de manifiesto más adelante), y actuó su sentimiento en lugar de develarlo, en un esfuerzo por complacer al terapeuta en vez de tomar conciencia de su deseo de que el terapeuta se sintiera complacido.

Cuando el paciente se aparta del presente, la exploración de sus motivaciones suele salvar lagunas en la toma de conciencia y promover una expresión eficaz y directa.

T: Veamos ahora qué pasa si tú me confiesas tu gratitud de la forma más franca posible.
P: Quiero agradecerte mucho lo que has hecho por mí. Me gustaría retribuirte de alguna manera la atención que me prestas. . . ¡Uf! Me siento tan incómodo diciendo esto. Siento que tú puedes considerarme un hipócrita y un adulador. Creo que soy yo el que veo que la anterior es una afirmación hipócrita. No veo en ello gratitud alguna. Lo que quiero es que tú creas que estoy agradecido.
T: Detente ahí. ¿Cómo te sientes al pretender que yo crea tal cosa?
P: Me siento pequeño, desprotegido. Tengo miedo de que tú me ataques, por eso prefiero tenerte de mi lado.

Comparemos la cita anterior con la renuencia inicial del paciente a asumir la responsabilidad de su supuesta gratitud. Cuando, finalmente, asumió la responsabilidad por desear que el terapeuta percibiera su gratitud, se puso en claro que esto obedecía a su ambivalencia y al rechazo que le producía decir una mentira explícita (o, al menos, una verdad a medias), y pudo reconocer el temor que estaba en la base de toda la (p. 63) cuestión. Cierto es que en su primera afirmación había hecho referencia a los latidos de su corazón y a su temor, pero ahora, al aludir a la expectativa de que el médico lo atacase, había penetrado más hondamente en la esencia de ese temor. Volviendo a los pasajes citados, parece lógico suponer que el paciente se apartó de la focalización en el presente cuando eligió, implícitamente, manipular en lugar de experimentar. La mera insistencia en que retornara al presente podría habernos permitido averiguar algo más, quizás, acerca de los contenidos de su conciencia superficial, pero con ello no se hubiera logrado poner de relieve el mecanismo a-consciente de su evitación.



El continuo de conciencia y la asociación libre

La comunicación de la experiencia del momento ocupa en la terapia guestáltica un lugar comparable al de la asociación libre en psicoanálisis; además, en la práctica la diferencia entre ambas cosas no es tan definida como podría inferirse de sus definiciones respectivas.

En principio, la «asociación libre de ideas» hace hincapié en lo que más evita la terapia guestáltica: los recuerdos, razonamientos y explicaciones. No obstante, en la práctica real el paciente psicoanalítico puede centrarse fundamentalmente en la experiencia en su comunicación, en tanto que el individuo que participa en la terapia guestáltica puede apartarse con frecuencia del campo de la percepción, el sentimiento y la acción presente. Aparte de las instrucciones que se le dan a este último para que limite su comunicación a la actualidad y al campo de la experiencia inmediata, hay otra diferencia, generada por el enfoque del terapeuta con respecto a la comunicación del paciente en uno y otro caso.

Tomemos el caso de un individuo que rememora un suceso placentero. Un analista procuraría imbuirlo de la significación del suceso recordado, mientras que el terapeuta guestaltista habría de insistir, muy probablemente, en lo que no se comunica: aquello que le está sucediendo al paciente en este momento, cuando prefiere recordar a vivir el presente. En vez de centrarse en el contenido del recuerdo, se interesa por la acción presente del sujeto: traer a colación el suceso del pasado o informar sobre él.

También el analista puede preferir centrarse en el presente del sujeto, en cuyo caso probablemente interprete el acto de recordar como un mecanismo de compensación y defensa frente a los sentimientos actuales del individuo, o bien como una señal indirecta de que tiene en la actualidad sentimientos placenteros. Para el terapeuta guestaltista, en cambio, las interpretaciones son mensajes dirigidos a la mente analítica del paciente, la cual debe apartarse de la realidad con el fin de «pensarlos». Sus esfuerzos siguen un rumbo exactamente opuesto: reducir al mínimo el habitual extrañamiento respecto de la experiencia que está implícito en la abstracción y en la interpretación. En consecuencia, apelará a los esfuerzos del paciente, en calidad de co-fenomenólogo, tendientes a observar ese acto de recordación, en lugar de asignarle un rótulo o teorizar sobre él. Tomar conciencia de que «estoy recordando algo placentero» significa ya dar un paso adelante con respecto al acto de recordación en sí, y puede abrir un camino para la comprensión del motivo (P.64) o intención real del proceso. Por ejemplo, puede llevar a advertir que «quiero que usted se dé cuenta de que tengo muchos y muy buenos amigos, para que usted piense que soy un tipo macanudo»; o bien que «quisiera sentirme tan feliz como en aquellos tiempos; por favor, ayúdeme a conseguirlo»; o bien que «en este momento me siento tan cariñosamente atendido como entonces», etcétera.

En realidad, si al recordar, pronosticar o interpretar un hecho el paciente supiera bien qué es lo que está haciendo, nada habría de «malo» en ello; el problema es que, por lo general, tales acciones sustituyen, encubren o actúan una experiencia del momento, en vez de reconocerla y aceptarla. Lo malo es que proceden del supuesto de que algo anda mal, y la conciencia tiende a quedar atrapada en ellas hasta el punto del olvido de sí mismo. Watts afirma que, luego de practicar durante un tiempo el ejercicio de «vivir en el momento», se hará evidente que


«en la realidad es imposible vivir fuera de ese momento. Obviamente, nuestros pensamientos sobre el pasado o el futuro salen a la luz en el presente, y en este sentido es imposible concentrarse en nada que no sea lo que ahora sucede. Sin embargo, esforzándonos por vivir simplemente en el presente, esforzándonos por cultivar la pura conciencia "momentánea" del Sí-mismo, descubrimos, tanto en la experiencia como en la teoría, que el intento es innecesario. Advertimos que en ningún instante el pensamiento temporal del yo ha interferido verdaderamente en el eterno y momentáneo estado consciente del Sí-mismo. Por debajo de la memoria, de la previsión del futuro, de la ansiedad y de los anhelos ha estado siempre este centro de conciencia pura e inmota, que jamás, en ningún momento, se apartó de la realidad presente, y, en consecuencia, jamás estuvo verdaderamente trabada con la cadena, de los sueños» [1950, pág. 179].


Tan pronto se descubre esto, dice Watts,

«se vuelven posibles otra vez el recuerdo y la previsión, sin quedar sujetos empero a su fuerza constrictiva; pues en cuanto uno es capaz de concebir como presentes el recuerdo y la previsión, los ha vuelto objetivos (y también al yo que ellos constituyen). Antes eran subjetivos, porque consistían en identificarse con los hechos pasados o futuros, vale decir, con la cadena temporal que constituye el yo; pero en cuanto uno puede, por ejemplo, considerar presente la previsión, ya no se identifica con el futuro, y adopta por ende el punto de vista del Sí-mismo, a diferencia del punto de vista del yo. Dicho de otro modo: tan pronto es posible considerar como algo presente el acto por el cual el yo se identifica con el futuro, se lo está contemplando desde una posición superior a la del yo, desde la posición del Sí-mismo.

»De ello se desprende que cuando nuestro centro de conciencia se ha » desplazado hacia la perspectiva estrictamente presente y momentánea del Sí-mismo, el recuerdo y la previsión futura orientan las acciones periféricas y objetivas de la mente, y nuestro ser deja de estar dominado por la modalidad egoísta de pensamiento, y deja de identificarse con esta. Gozamos de toda la serenidad, la aguda conciencia, la libertad res (P.65) pecto de la temporalidad propias de quien vive por entero en el presente, pese a lo cual no obra sobre nosotros la absurda limitación de ser incapaces de recordar el pasado o de tomar providencias para el futuro» (op. cit., pág. 186].


El continuo de conciencia y el ascetismo

A despecho de lo que sostiene Watts en último término, tal vez sea una verdad psicológica que difícilmente una persona podrá alcanzar la focalización en el presente simultáneamente con un acto de recordación, si antes no ha probado la índole de esa experiencia en una situación más sencilla, la de privación del recuerdo. Lo mismo se aplica, dicho sea de paso, a la posibilidad de tomar contacto con la experiencia propia mientras se ejercita el pensamiento. De ordinario, el pensamiento disipa la conciencia del «sí-mismo en actividad pensante» y los sentimientos que constituyen el fondo de la motivación del pensar, de la misma manera que el sol impide durante el día ver las estrellas. La forma más sencilla de dar lugar a la experiencia del pensar sin perderse en el pensamiento (vale decir, sin quedar atrapado en la conciencia exclusiva de la figura, dentro de la totalidad figura-fondo) consiste en tomar contacto con ese fondo de la experiencia en momentos de ausencia de pensamiento. En esto, las técnicas de suspensión de los recuerdos, previsiones y pensamientos empleadas por la terapia guestáltica siguen los lineamientos de la filosofía implícita en el ascetismo en general; se sufren ciertas privaciones con el objeto de tomar contacto con aquello que la actividad psicológica propia de esas situaciones a las que se renuncia habitualmente oculta. De este modo, se supone que la privación del sueño, del diálogo, de la comunicación social, de las comodidades, del alimento o de la actividad sexual facilita el acceso a estados de conciencia inusuales, pero no constituye un fin o un ideal en sí misma.

La práctica de prestar atención a la corriente de la vida se vincula con el ascetismo no solo porque entraña una suspensión voluntaria de la gratificación del yo sino también porque enfrenta al individuo con las dificultades propias de un funcionamiento contrario al habitual. Como la única acción que el ejercicio permite es la de comunicar los contenidos de conciencia, esto impide la participación del «carácter» (o sea, la organización de mecanismos de defensa) y aun el hacer como tal. La práctica del ahora es una práctica de pérdida del yo, tal como ha sido destacada por el budismo y expuesta en la cita precedente de Watts.


La focalización en el presente cómo prescripción

No todo aquello que puede resultar valioso como ejercicio psicológico ha de ser automáticamente una buena norma de vida. La asociación libre tal vez sea un ejercicio útil, pero no es necesariamente la mejor manera de encarar una conversación, así como la posición de apoyo sobre la cabeza del hatha yoga no es la más cómoda para estar en todo momento. En mayor o menor medida, las técnicas tienen la propiedad de (P.66) ser aplicables en la vida corriente, contribuyendo a que esta se convierta en una empresa de desarrollo individual; sin embargo, el valor específico de cierto enfoque no es lo único que lo vuelve recomendable como prescripción: a ello debe añadirse su armonización con otros fines deseables en la vida, el grado de antagonismo que suscite en la estructura social vigente y, sobre todo, su compatibilidad con respecto a lo que se concibe como «buena» sociedad. Por ejemplo, la descarga de la hostilidad, en una situación en la que no rigen restricciones, puede tener valor psicoterapéutico, pero, ¿se conseguirá acaso por esta vía mejorar la salud y el bienestar de una comunidad? Pienso que las opiniones al respecto estarían divididas. Lo estarían incluso si se debatiera el tema de la verdad. La agresión suele suscitar reprobación social, y hay un mandamiento que reza: «No matarás»; decir la verdad, en cambio, es considerado una virtud, y un pecado mentir. Cabría esperar entonces que la técnica de descubrirse ante los demás, que es valiosa en el marco de la psicoterapia, sería aplicable sin más a la vida. No obstante, dadas las características comunes de la humanidad, la verdad ha sido y quizá siga siendo no solo incómoda o inconveniente sino peligrosa. Sócrates, Jesucristo o los herejes de la época de la Inquisición nos ofrecen ejemplos de que la entrega incondicional a la verdad puede significar el martirio, para el cual el ser humano corriente no está preparado, sin duda. El deseo de convertir los sentimientos en normas en circunstancias en que la sociedad no posibilitaba un proyecto de esa índole ha sido uno délos principios implícitos o explícitos de la creación de comunidades especiales por parte de quienes se habían fijado como objetivo común de su vida la búsqueda interior. En tales grupos, a veces secretos, el hombre ha intentado vivir de acuerdo con principios que solo pueden resultar compatibles con un marco monástico, terapéutico o con algún otro tipo de ambiente especial.


Hedonismo humanista

En contraposición a otras técnicas, la de vivir en el momento parece constituir una norma de vida perfectamente correcta. Por otra parte, se asemeja más a la tecnificación de una fórmula de vida que a la prescripción de una técnica. La idea de prescripción o receta puede evocar imágenes como las del aceite de ricino que se obligaba a tomar a los niños «por su propio bien» antes de la aparición de las cápsulas de gelatina y de las esencias químicas. Esto forma parte de una mentalidad dualista, para la cual «las cosas buenas» no son «las cosas que persiguen nuestro bien» y el propósito de autosuperarse parece diferente al de «llevar una vida sencilla».

No es esto lo que dicen los preceptos clásicos de la focalización en el presente. Tómese, por ejemplo, la frase del rey Salomón: «. . .que no tiene el hombre bien debajo del sol sino que coma y beba, y se alegre» [Eclesiastés, viii, 15]. Este pasaje, como la mayoría de los que destacan el valor de la actualidad, tiene un carácter hedónico; y no podría ser de otro modo, pues si el valor del presente no se vincula con el futuro, aquel debe tener un valor intrínseco, o contener su propia recompensa. En nuestra época, la perspectiva hedonista parece divorciada del senti (P.67) miento religioso y opuesta a él (del mismo modo que a la «orientación prescriptiva» en general). En la medida en que «cuerpo» y «mente» se juzgan fuentes incompatibles de valores, suele asociarse el idealismo y la espiritualidad a un adusto ascetismo, en tanto que la defensa de los placeres materiales queda a cargo casi siempre de los tozudos y vulgares «realistas», dotados de un práctico escepticismo. Al parecer, no siempre fueron así las cosas; sabemos que hubo épocas en que las celebraciones religiosas eran verdaderas fiestas. De manera que al leer las palabras del rey Salomón en el Antiguo Testamento, no debemos superponerles nuestra actual escisión cuerpo-mente ni la vulgaridad con que tales palabras suelen a menudo repetirse. Por detrás de ellas había una concepción según la cual vivir la vida, y vivirla ahora, era una acción sagrada, que armonizaba con la voluntad de Dios.

Es raro encontrar en el pensamiento occidental este equilibrio entre trascendencia e inmanencia, con excepción de algunos individuos extraordinarios que parecen marginales con respecto al espíritu de su época —herejes para los religiosos, o locos para la mente común—. Uno de esos hombres fue William Blake, quien sostuvo que «la eternidad ama los productos del tiempo». Incluso en el psicoanálisis, que tanto ha hecho en la práctica por el «ello» de la humanidad, se concibe el «principio del placer» como una chiquilinada molesta que el yo «maduro», orientado hacia la realidad, debe controlar. Por el contrario, la terapia guestáltica ve entre el placer y la bondad un vínculo mucho más fuerte, de manera tal que su filosofía puede llamarse hedonista en el mismo sentido en que lo eran los antiguos hedonismos anteriores a la era cristiana. Me gustaría sugerir la idea de un hedonismo humanista, que no implica necesariamente una concepción teísta y sin embargo parece apta para distinguir esta perspectiva del hedonismo egoísta de Hobbes, el hedonismo utilitario de J. Stuart Mili y el del individuo corriente que vive en busca de placeres. (Si, en este punto, el lector se pregunta cómo es posible afirmar que la terapia guestáltica es a la vez ascética y hedonista, permítaseme recordarle que, según Epicuro, la vida más dichosa era la del individuo dedicado a la reflexión filosófica y cuya dieta alimenticia consistía simplemente en pan, leche y queso.)


«Carpe diem»

El temperamento hedonista es inseparable de una alta evaluación del presente, no solo en terapia guestáltica, sino también en el pensamiento de muchos individuos (poetas y místicos en su mayoría) que propugnaron una prescripción análoga. Quizá quien más insistió sobre este tema haya sido Horacio, cuyo carpe diem («aprovecha el día») se ha convertido en un rótulo específico 'para designar un motivo que recorre toda la historia de la literatura. En su forma original rezaba así:

Dom loquimur fuerhií invíde aetas:
carpe diem, quam mínimum crédula postero.

Mientras dialogamos, huye el tiempo envidioso,
aprovecha el día, confía lo mínimo posible en el mañana. (P.68)


La focalización en el .presente de Horacio corre paralela a su conciencia de la fuga del «tiempo envidioso»; la irreparable pérdida de vida que se ofrece como opción a vivir en el momento. En la instancia bíblica a que comamos, bebamos y disfrutemos, la muerte oficia a la vez de maestro y de argumento; lo mismo cabe afirmar de muchos otros proverbios, como el que dice «Recoge mientras puedas los capullos de las rosas», o el siguiente pasaje de Ovidio en el Arte de amar:

Corpite florem
qui nisi corptas erit twpiter ipse cadet.

Coge la flor,
pues si no la arrancas tú, caerá marchita.

Ovidio, en particular, tiene en común con Horacio, además de su hedonismo y su focalización en el presente, las alusiones a la crueldad del tiempo: «tempus edax rerum» («el tiempo devora las cosas»). Parecería, pues, que la prescripción de vivir en el presente corre pareja con la conciencia de la muerte —ya se trate de la muerte definitiva, ya de la repetida muerte del instante que se transforma en mero recuerdo—. En este aspecto, el pasado es percibido como una nada o irrealidad.

La conciencia de la muerte potencial forma parte también del espíritu de la terapia guestáltica, ya que es inseparable de la conciencia humana que ha sido liberada del rechazo de lo desagradable y del velo de satisfacciones ilusorias en la irrealidad: la realización fantaseosa de los deseos y las reminiscencias regresivas.

Sugeriría que la tríada compuesta por 1) la focalización en el presente, 2) la concepción del presente como un don placentero, y 3) la conciencia de la muerte o decadencia potencial, conforma un arquetipo: una experiencia que existe potencialmente en la naturaleza humana, de modo que no es forzoso explicarla únicamente por la tradición, como es habitual entre los críticos literarios. Si no fuera por su sustrato arquetípico, las repetidas reformulaciones de esa experiencia nos parecerían mero plagio. Compárense, verbigracia, los consejos del rey Salomón y de Ovidio con los versos siguientes:

Apresa entonces la hora transitoria,
embellece el momento que se va,
la vida es una breve primavera, una flor el hombre,
que muere, ¡oh Dios! ¡Cuan rápido se va!
Johnson

Recoge, entonces, la rosa aún en flor,
pues vendrá el día en que su orgullo se desflore:
recoge la rosa del amor cuando aún es tiempo,
cuando amar y ser amado puedas con igual pecado.
Spenser, La reina de las hadas

Emplea el tiempo, no desaproveches la ventaja;
la belleza no debe en sí misma malgastarse: (p.69)
si la flor no se arranca cuando está lozana
muy pronto se marchita y se consume.
Shakespeare, Venus y Adonis

Si dejas escapar el tiempo, como una rosa rechazada
se marchita en el tallo con su corola lánguida.
Milton, Comus

Como ya hemos dicho, la focalización en el presente de la terapia guestáltica es inseparable de su valoración de la conciencia misma, expresada en su afán de renunciar a las evitaciones que plagan nuestra vida. No evitar el presente significa no evitar vivir en el presente, como hacemos tan a menudo con el fin de evitar las consecuencias de nuestras acciones. En la medida en que enfrentar el presente representa un compromiso con la vida, es libertad: la libertad de ser nosotros mismos, de elegir de acuerdo con las preferencias de nuestro ser, de elegir nuestro camino. La experiencia de la terapia guestáltica puede demostrar a una persona que cuando se enfrenta el presente sin la intención de evitarlo —o sea, con presencia—, se convierte en aquello que vio Dryden:

En este mismo instante está en crisis tu destino;
tu buena o mala suerte, tu buena o mala fama,
y todo el colorido de tu vida,
dependen del importante ahora.
El fraile español

El problema es el ahora, pero en nuestro modo indiferente de vivir no queremos reconocerlo, convirtiendo así a la vida en una horrible sustitución de sí misma. «Matamos» el tiempo o incurrimos en esa «pérdida de tiempo» que «más molesta a los más sabios», según decía Dante. Otra forma en la cual este aspecto particular de la vida se revela cabalmente en la terapia guestáltica es el concepto de cierre. En la psicología de la guestalt, se habla de cierre con respecto a la percepción; en la terapia guestáltica se aplica ese concepto a la acción. Estamos siempre procurando concluir lo inconcluso, completar la guestalt incompleta, y al mismo tiempo evitándolo siempre. Al no actuar en el presente, aumentamos la «inconclusión» y nuestra servidumbre con respecto a la carga que nos impone el pasado. Además, como dice Horacio en una de sus Epístolas: «Quien pospone la hora de vivir como debe es igual a ese campesino que espera que el río termine de pasar para cruzar él; pero las aguas del río siguen corriendo, y seguirán haciéndolo eternamente».

Tal vez no suspenderíamos la vida presente si no fuera por el sueño de una acción o satisfacción futura. En este sentido, la focalización en el presente de la terapia guestáltica denuncia su realismo al dar preponderancia a la existencia tangible y a la experiencia actual con respecto a la existencia conceptual, simbólica o imaginaria. Tanto el futuro cuanto el pasado solo pueden estar vigentes en el presente como formas mentales —recuerdos o fantasías—, y la terapia guestáltica se propone subordinar estas formas mentales a la vida. Su actitud es la misma de J. Beattie: (p.70)

Nuestro momento es, el presente,
nunca hemos visto el próximo.

O la de Longfellow:

No confíes en el futuro, por grato que parezca.
¡Deja al Pasado muerto enterrar a sus muertos!
¡Actúa en el Presente vivo!
Por dentro el corazón y Dios por fuera.

O como en un proverbio persa al que Trench dio forma de verso:

Oh, no dejes que el instante se te escurra; nunca podrás
mover el molino con las aguas que lo han dejado atrás.

O en este otro:

Quien tiene tiempo y espera
que lleguen mejores tiempos,
pierde el tiempo.

Todas estas proposiciones se inspiran en la captación de un contraste entre el carácter vivo (livingness) del presente y la índole a-experiencial (y por ende relativamente irreal) del pasado y el futuro:

Nada sobrevendrá, y nada ha transcurrido,
lo que perdura siempre es un eterno ahora.
Abraham Cawley

Con suma frecuencia, nuestra vida se ve empobrecida por el proceso de sustitución merced al cual la sustancia es reemplazada por el símbolo, la experiencia por el esquema mental, la realidad por el mero reflejo de ella en el espejo del intelecto. Renunciar al pasado y al futuro para volver a un prolongado presente es uno de los aspectos de la prescripción que reza «Abandona tu mente y recobra tus sentidos».


La focalización en el presente como ideal

«Der den Augenblick ergreift/Das ist der rechte Mann». («El hombre verdadero es aquel que apresa el instante».) Goethe.

La palabra «ideal» exige una aclaración. A menudo, se asigna a los ideales una connotación de deber o bondad intrínseca que es ajena a la filosofía de la terapia guestáltica. SÍ quitamos a un ideal el carácter de «lo que debe ser», se convierte, o bien en una formulación de la vía más conveniente para alcanzar un fin —vale decir, en una prescripción—, o bien en una «cosa recta»; entiendo por esto una expresión de lo que es bueno, antes que un medio o un precepto: un signo o síntoma de una condición óptima de vida. Es en este sentido que podemos (p.71) hablar de ideales en el taoísmo, por ejemplo, pese a que se trata de una filosofía de la no-búsqueda. A pesar de que su estilo no es preceptivo, el Tao-te-King es una especulación continua acerca de las cualidades del sabio: «Por este motivo, el sabio se interesa por el vientre y no por los ojos (...) El sabio está libre de enfermedades porque reconoce la enfermedad como tal (...) El sabio conoce las cosas sin moverse de su sitio (...) las realiza sin cumplir acción alguna», etc. En igual sentido, la focalización en el presente se considera un ideal en frases como esta: «El ahora es la consigna del sabio».

Algunas de las recetas para una vida mejor son medios para conseguir los fines que uno se propone y difieren cualitativamente de estos últimos, pero esto no se aplica a la focalización en el presente; en este caso, como en la terapia guestáltica en general, el medio conducente a un fin es directamente un desplazamiento hacia el estado que se persigue como fin: el camino para ser feliz consiste en comenzar a ser feliz ya mismo, el camino hacia la sabiduría consiste en renunciar en este mismo momento a la necedad. . . así como para aprender a nadar hay que tirarse al agua. La prescripción de vivir en el ahora es consecuencia del hecho de que estamos viviendo en el ahora; esto es algo que la persona sana sabe, pero el neurótico, enredado en una difusa seudo-existencia, no lo advierte.

En el budismo, el ahora no es simplemente un ejercicio espiritual sino la condición de la sabiduría. En un pasaje del Pali Canon, Buda en primer lugar prescribe:

No vuelvas sobre las huellas del pasado,
ni alientes caras esperanzas para el futuro;
al pasado ya lo has dejado atrás,
el estado futuro no ha llegado aún.

Y formula luego el ideal:

Mas quien con visión clara puede ver
el presente que aquí y ahora está,
ese sabio puede aspirar a aquello
que no se pierde ni socava nunca.

En tanto que la versión budista del precepto vinculado con el ahora hace hincapié en el carácter ilusorio de las alternativas, la concepción cristiana destaca la confianza y entrega que implica la focalización en el presente. Cuando dice Jesús, «Así que no os congojéis por el día de mañana, que el día de mañana traerá su fatiga» [Mateo, vi, 34], y da el ejemplo de los lirios del campo, no solo está diciendo «¡No fundéis vuestros actos en expectativas catastróficas!» sino, más positivamente, «¡Confiad!». La versión cristiana está enmarcada en un mapa teísta del universo, y en ella confiar significa confiar en el Padre Celestial; pero la actitud que exhibe es la misma que la terapia guestáltica toma por ideal, a saber, la confianza en la propia capacidad para enfrentar el ahora tal como se presenta. El ideal de la focalización en el presente es la experiencia en lugar de la manipulación, la apertura y la aceptación de (p.72) la experiencia en lugar del cálculo de posibilidades y la actitud defensiva frente a ellas. Ese ideal deja traslucir dos supuestos básicos de la Weltanschauung de la terapia guestáltica: Las cosas son este momento del único modo como pueden ser, y ¡Mirad: el mundo es hermoso!

Si el presente no puede ser distinto de lo que es, el hombre sabio se someterá a él. Por otra parte, si el mundo es hermoso, ¿por qué no «aceptar con júbilo los dones de la hora presente y hacer a un lado los pensamientos afligentes», como quería Séneca? Por supuesto, afirmar que algo es bueno es ajeno a la terapia guestáltica, que sostiene que las cosas solo pueden ser buenas para nosotros; que lo sean o no dependerá de nosotros y de lo que hagamos con nuestra circunstancia.

Nuestra percepción corriente de la existencia está llena de dolor, desvalimiento y sacrificio. Edmund Burke señaló hace dos siglos que «quejarse de la época en que se vive, murmurar en secreto acerca de los dueños actuales del poder, lamentar el pasado, concebir esperanzas extravagantes para el futuro son los rasgos comunes de la mayor parte de la humanidad». Sin embargo, para la terapia guestáltica tales quejas y lamentaciones no son más que un juego infortunado con el que nos engañamos a nosotros mismos —una manera más de rehusarnos a la bienaventuranza potencial del ahora—. En el fondo, estamos donde queremos estar y hacemos lo que queremos hacer, aun cuando ello equivalga en apariencia a una tragedia. Sí somos capaces de descubrir nuestra libertad en nuestra esclavitud, también lo somos de descubrir nuestra alegría esencial bajo el manto de sacrificio.

El proceso de extrañamiento con respecto a la realidad, tal cual se da esta en el ahora eterno, puede concebirse en su totalidad como una falta de confianza en la bondad del resultado, como la imaginación de una experiencia terrible o, en el mejor de los casos, como una vaciedad para compensar la cual creamos un paraíso de ideales, expectativas futuras o glorias pasadas. Desde la altura de esos «ídolos» echamos una mirada despreciativa hacia la realidad presente, que nunca alcanza a igualar nuestros esquemas y en consecuencia nunca nos parece suficientemente perfecta. Es así como el tema de la focalización en el presente se entrelaza con la aceptación de la experiencia en lugar de su enjuiciamiento. Como dijo Emerson:

«Estas rosas que crecen bajo mi ventana no hacen referencia alguna a otras más antiguas o mejores; son lo que son; existen con Dios en el día de hoy. No hay tiempo que las rija; solo está la rosa, perfecta en cada momento de su existencia (...) pero el hombre pospone y recuerda. Sólo logra ser fuerte y feliz cuando, también él, vive con la naturaleza en el presente, por encima del tiempo».

En nuestra búsqueda de la rosa ideal pasamos por alto que cada rosa es la mayor perfección de sí misma. Por temor de no encontrar la rosa que buscamos, nos aferramos al concepto de «rosa» y no aprendemos nunca que «una rosa es una rosa es una rosa». Nuestra codicia e impaciencia no nos permiten librarnos del sustituto a través del cual gozamos del reflejo de la realidad en forma de promesas o posibilidades, y que al mismo tiempo nos aleja del goce presente. La intuición del Paraíso Perdido y de la Tierra Prometida es mejor que la .anestesia total, (p.73) pero mucho mejor aún es advertir que están delante de nuestros ojos. Ornar Khayyam lo sabía muy bien:

Heme en este páramo al pie de un árbol,
con un trozo de pan, un cántaro de vino y un libro de poemas
—y tú cantando al lado mío—,
y el páramo es Paraíso suficiente.
« ¡Qué gloria ser soberano en vida!» piensan unos,
y otros exclaman «¡Bendito sea el Paraíso venidero!».
¡Oh, tomad la moneda en vuestra mano y prescindid del resto;
no escuchéis siquiera la música de los tambores lejanos!
Rubáiyát
(p.74)


Referencias bibliográficas

Adorno, T. "W., Frenkel-Brunswik, E., Levinson, D. J. y Sanford, N., The authoritarían personality, Nueva York: Harper & Row, 1950. {La personalidad autoritaria. Buenos Aires: Proyección, 1965.)

Bivth, R. H., Zen and Zen classics. Japón: Hokuseido Press, 1960, vol. 1.

Kluckhohn, F. R,, «Dominant and variant valué orientations», en C. Kluckhohn y H. A. Murray, eds., Personality in nature, society, and culture, ed. rev.. Nueva York: Knopf, 1959, págs. 342-57. {Personalidad, sociedad y cultura, Madrid: Grijalbo, 1969.)

Laing, R. D., The divided self, Londres: Tavistock Publications, 1960. {El yo dividido, México: Fondo de Cultura Económica,"T964.)

Nyaponika Thera, The heart of Buddhist meditation, Londres: Rider, 1962.

Perls, F. S., «Morality, ego-boundary and aggression», Complex, número de invierno, 1953-54.

Watts, Alan, The supreme identity. Nueva York: Pantheon, 1950.

[1] En FAGAN y SHEPHERD, ed. (1970) Teoría y técnica de la psicoterapia guestáltica. Amorrortu. Argentina. p.53-74. 1ª.Edición, 6ª. Reimpresión, 2003.
* Denominamos aquí «Recta Vigilancia» (Right Mindfulness), para distinguirla de la «Atención Pura» (Puré Attention), a una de las ocho «sendas» que establecen los textos budistas, y que en otras versiones en nuestro idioma aparece vertida como «Recta Atención», Véase, por ejemplo, Manly Palmer Hall, Las enseñanzas del glorioso Buddha, Buenos Aires: Kier, 1963, pág. 34, y Ananda Coomaraswamy, Buddha y el evangelio del budismo. Buenos Aires: Paidós, s. f., pág. 34, (N, del T.)

No comments: